“Entre el cielo nevado y la llanura nevada, tajante, tal proa de navío, estaba la ciudad, su masa animando con un halo amarillo la carencia inhumana de color sobre el paisaje. Todo aparecía en negro, gris, blanco, hasta el escalofrío del agua, presa por el hielo al pie del esquinazo torreado. Luego las lonjas, las calles, las plazas se sucedieron, exaltadas por un resplandor autónomo, que iba sutilizándose en la crestería de algún muro o la espadaña de algún tejado, mientras vanamente inquirías el núcleo solar de donde aquella luz emanaba.”
“Luz sin sombra era aquélla, no irradiada desde astro remoto, sino brotando por igual aquí abajo, desde la piedra planetaria humana, con esos matices aéreos, esas irisaciones imprevistas de la concha, la flor o la pluma, donde parece que la luz ha dejado su huella impresa delicadamente en la materia. Y pensabas: al gótico le va lo gris, al barroco lo rojo, pero al románico lo amarillo; la piedra rubia, melada, ambarina, áurea, que el románico, inconsciente o descuidado de su propia hermosura, como rudo cuerpo mozo, informa para siempre.”
“Así viste la ciudad y así la amaste. Sede militante y ociosa, a solas con la historia, encastillada en su espolón, por cuyos aleros volados el tiempo eterno y la realidad profunda hicieron sus nidos, adonde vuelven incansablemente un día y otro. Su piedra, que al ordenarse en formas civiles no necesita renunciar al enraizamiento de la naturaleza prístina, es fuerte; pero más fuerte es la luz, y allí la luz es corona y fundamento de la piedra.”
LUIS CERNUDA: Ocnos.
3 comentarios:
¡Qué preciosidad de fotos, Rubén! Un beso
Gracias, Elvira.
Preciosas
Publicar un comentario