jueves, 26 de febrero de 2009

MOULAY IDRIS


“Pero Mulay Idriss, aquella tarde, estaba tan blanca como si su plaza con todos sus soportales hubiera sido excavada en un inmenso queso para untar. Los últimos rayos del sol caían como hojas de oro sobre uno de los lados de la plaza, y el otro se hallaba en una sombra de purísimo azul. Por encima de ella, los tejados abarrotados y las terrazas y los balcones llenos de mujeres con vestidos de colores parecían un campo de flores junto a una cantera de mármol.”

EDITH WHARTON: En Marruecos


JACQUES MAJORELLE: Moulay Idris

domingo, 22 de febrero de 2009

TAOURIRT


"Estoy frente a la kasbah de Taourirt, en el mismo lugar donde estuve hace trece años. Por aquel entonces, un hombre anciano me guió por la kasbah, me mostró la sinagoga, una cueva de adobe en cuyo interior brillaba el oro; me enseñó, una tarde de un sol de justicia, un jardín oculto en el que las cañas se cimbreaban lentamente en el agua y las ranas croaban enloquecidas. El hombre cogió unas rosas de un arbusto y aplastó las hojitas en mis manos. Y, al salir del jardín, vi a una mujer enfundada en una larga túnica de colores claros, el centelleo de sus ojos negros, y una rosa que pendía de su frente. De todo aquello ya no queda sino el recuerdo.



Deambulo por las laberínticas callejuelas de arena, paso delante de infinitas paredes de adobe que se desdibujan las unas a las otras, desaparecen, vuelven a empezar, pero no logro encontrar el jardín. Los judíos se han marchado, la sinagoga ya no existe o no quieren enseñármela, y si he visto a la mujer, no la he reconocido. A quien sí he visto es a la muerte. En un rincón oscuro, frío y húmedo, gime una voz de polvo sucio -es lo único que me permite ver la oscuridad-, un ser humano del que no queda sino un fardo de ropa. Da toda la impresión de no quedar más de un kilo, pero la voz se queja y murmura y solloza quedamente, alguien, algo que se está muriendo, algo viejo apenas existente, una voz invisible sin cuerpo, un alma arrinconada por la gente. Me acerco, la voz se torna susurro, un estertor apagado, pero yo sigo sin ver cabeza alguna, y entonces viene hacia mí una mujer conminándome con señas a que me vaya, esta vergüenza no debe verla un extranjero."

CEES NOOTEBOOM: Hotel Nómada


jueves, 19 de febrero de 2009

AIT BENHADOU II


"Esta Kasbah se levanta a un lado de los caminos. Si la ruta ha sido borrada por la lluvia, lo que no es raro, habremos de ir a pie. Las patas de los camellos, que dejan huellas redondas, grandes como un plato, han apisonado la tierra. A la vuelta de un recodo, surgen ante nosotros las torres de Nínive. Nos parece descubrir una fortaleza asiria o una colonia babilónica que vencieran sus milenios. Adosadas a la colina, las torres cuadradas, rojizas, son algo piramidales. Su conjunto desordenado forma una gran mole fortificada, recortada por líneas sombrías, por la bárbara geometría que las decora.

Por el fondo del valle corre el ued, sobre una tierra fértil. Los corderos ramonean en el prado. Las mujeres lavan su ropa.

Aquí hay que venir para hallar el mundo desconocido, al que la civilización mediterránea no ha admitido y que continúa viviendo en estos desiertos. He aquí que surge ante nosotros, como en el tiempo de Abraham, el viejo mundo bíblico, sumido en sus lamentaciones, al que habían creído destruir Atenas, Roma, Europa. No hay libertad posible. Todo pasa en él según un determinismo absoluto. No hay vida aparente. Por encima de los muros y de las torres almenadas, corren lentamente blancas nubecillas por un cielo claro. El ued se desliza entre bancos de arena. Luego aparecen algunos hombres con djellabah azul oscuro. Llevan un turbante de lana negra. Van prevenidos con un puñal. Unas mujeres traen el agua con cántaros, ya que la del ued no es potable. Los jardines están primorosamente cuidados.

De cerca, esta fortaleza, que vista desde la colina de enfrente parecía invulnerable, resulta más sórdida. Las soberbias torres están vencidas por la lluvia, reparadas con arcilla. El ganado corre por las callejuelas. Pasa una negra, descendiente de esclavos. Se vive según el curso de las estrellas y nada importa de cuanto ocurra en el resto del mundo. La lluvia y el sol son los únicos tejedores de su destino."

MICHEL BATAILLE: África del Norte (Colección El mundo en color)


OSTERN: Rosa de los vientos

viernes, 13 de febrero de 2009

AIT BENHADOU


"Ante mí la tengo en imagen, majestuosa, irrealmente irreal, hermosa en su tragedia: ciudad de tierra, ciudad de polvo, ciudad de barro a orillas de un río, entre cañaverales, almendros en flor y palmeras, bajo la luz implacable, con la nieve a lo lejos. La tengo a la vista, espejismo en apariencia, sueño despierto, drama puro."

JOSEP PIERA: Seducciones de Marraquech


domingo, 8 de febrero de 2009

TAMDAGT


"A la una y media alcanzo Tamdakht, pueblo frente al cual desemboca el Asif Marghen en el Wad Yunil. El valle cambia de aspecto; el fondo se hace mayor y toma una anchura de 300 metros; está cubierto de campos. Los campos que se ven desde aquí hasta Tikirt no tienen ninguna semejanza con los que había antes; hasta ahora una nube de árboles sombreaba los campos; a partir de aquí ya no los veremos, excepto en las cercanías de los pueblos; aún así, son poco numerosos y, a veces, no existen."

CHARLES DE FOUCAULD: Viaje a Marruecos (1883-1884)


miércoles, 4 de febrero de 2009

MEKNÉS


"Al principio sólo derrumbaderos y ruinas, nuevas fortificaciones, nuevos recintos, otras puertas que se derrumban medio demolidas ya, imágenes de la desolación y de la vetustez postreras. Algunos raros habitantes pegados a los muros y vestidos con harapos del mismo color de las piedras, nos miran entrar con expresión de vaga desconfianza."

"Espacios vacíos sembrados de piedras y de escombros, huecos profundos, grutas, mazmorras... Campos de cebada, alguna vez entre altos muros imponentes que antaño han debido de encerrar cosas muy ocultas. A trechos, en el fondo del recinto en que no penetramos, aparecen por encima de la monotonía de las almenadas fortificaciones grandes techumbres de azulejos verdes guarnecidos de musgo y de flores salvajes: palacios de sultanes que fueron, cuyas puertas se han cerrado a su muerte (un nuevo sultán no debe habitar jamás el mismo lugar que su antecesor) y que se entregan a la lenta destrucción de los siglos..."


PIERRE LOTI: El Mogreb