miércoles, 18 de abril de 2012
MONTE FACHO
“Un día frío y luminoso de diciembre subí el empinado y sinuoso sendero de piedra que asciende al monte do Facho, uno de los lugares más expuestos de las rías. El monte surge abruptamente del Atlántico en el extremo de la península de Morrazo, entre las anchas desembocaduras de las rías de Vigo y Pontevedra.
Un resbaladizo musgo verde lima recubría las rocas del sendero mientras serpenteaba colina arriba hacia el inevitable bosque de eucaliptos. Estaba solo. Algún que otro ruido seco, el ladrido de un perro o el sonido de un portazo rebotaban desde el pueblo de abajo. Aparte de eso, sólo se oía el mar, el viento y los pájaros. Era fácil evocar la imagen de los antiguos gallegos que habían hollado este sendero desde la Edad del Hierro. La visión desde lo alto del monte era impresionante. Las islas Cíes parecían tan cercanas que casi podían tocarse y, al norte, las islas de Ons y Sálvora yacían plácidamente en el Océano. Podía ver la desembocadura de la ría de Arousa al norte. La vista se extendía más allá, al menos en mi imaginación, hasta el punto más occidental del continente europeo, el cabo Finisterre, el Fin del Mundo. El Atlántico, casi desnudo de barcos, se extendía hacia América. Mientras tanto, tierra adentro el humo de las chimeneas flotaba por las tierras bajas hacia las vítreas aguas de la ría.
Uno no puede por menos que sentirse sobrecogido por los misterios de la naturaleza o entregarse a pensamientos sobre deidades y espíritus en un lugar semejante. Anchas y planas lajas de granito, ligeramente ahuecadas, están diseminadas por el pico. También hay un minúsculo puesto de observación redondo azotado por el viento, del siglo XVIII, hecho de bloques grises recubiertos de liquen. El pequeño monte recibe su nombre de los fuegos que solían encenderse aquí para guiar a los barcos a casa. Las piedras planas, de las que se han encontrado unas 130, se utilizaban como altares sacrificiales (arae) en época de los romanos. Entonces se rendía culto a un dios llamado Berobreo. Como Santa Marta, tenía el poder de curar. Los arqueólogos también creen que era un lugar de peregrinación. Algunas aras aún llevan inscripciones que piden el don de la buena salud.
Algunas tribus locales llevaban siglos asentadas aquí antes de que llegaran los romanos. Galicia era rica en hierro e incluso en minas de oro. También era rica en recursos naturales procedentes del mar. Los moluscos y otros mariscos aún son componentes básicos de la dieta y de la economía. En el lado del monte do Facho que da al continente, los arqueólogos están excavando los restos de un asentamiento típico de la Edad del Hierro gallega, compuesto por casas de piedra de planta circular con cubierta de paja protegidas por una muralla defensiva. Este castro estuvo habitado hasta la época de Cristo.
Hay hasta 5.000 castros diseminados por las cimas de las colinas y los promontorios a lo largo y ancho de Galicia. Sus habitantes –que también tenían pequeños talleres y almacenes– trataban de aprovechar la altura con fines defensivos, ya fuera para protegerse de sus enemigos, de los osos o de los lobos. Un punto de información del monte explica que, algún tiempo después del nacimiento de Cristo, los habitantes bajaron para establecerse cerca del mar. El monte do Facho, con sus aras de casi dos metros dispersas por su cumbre, como si los dioses las hubieran tirado allí, debió de haber seguido siendo, sin embargo, un buen sitio para realizar sus sacrificios.”
GILES TREMLETT: España ante sus fantasmas. Un recorrido por un país en transición.
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2 comentarios:
Rubén: tus fotos son fantásticas, tanto las primeras como las del vídeo. La subida por el sendero en umbría es emocionante. Y tu niña, un contraste perfecto con tanto color.
(No entiendo como no fui a este lugar tan hermoso cuando estuve tan cerca)
Gracias, Amparo. Yo, adonde no pude ir es a las Cíes. Otra vez será.
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