lunes, 12 de marzo de 2012

SAN MIGUEL DE CELANOVA


“La capilla de San Miguel es una huella fósil de la primitiva espiritualidad: limpia y vacía, descarnada, ingrávida, sin imágenes, sin rostros. Una pasión, como la definía Kierkegaard. Una especie de sepulcro donde se alberga polvo, ceniza y olvido, pero también resurrección. Algunos comienzan a vivir cuando van a morir, decía don Miguel de Mañara. Los monjes de San Rosendo estaban en perpetua moribundia y unían al sarcasmo de la alegría la indulgencia del desprecio por lo temporal. La capilla de San Miguel contiene todo el silencio. El saber es silencio. Monjes, místicos, poetas. Vivir sin cuerpo. Deshacerse del cuerpo cuando se entra en este oratorio. Deshacerse de las frases, de las palabras, de las letras. Al dios desconocido.”

CÉSAR ANTONIO MOLINA: Una capilla para uno.






“No quise irme de Celanova sin ver la capilla de San Miguel, como tampoco quise irme sin bajar, cerca de a ponte grande, al Arnoya, y mojar las manos en aguas de un río de tan hermoso nombre: a J. P. Toulet le hubiese gustado para verso final de un poema fantasista. Entré, pues, en la capilla, y ya dije en otra ocasión que para mí no cabe duda de que allí rezó San Rosendo. Había aquella mañana de mi visita, allí dentro, una luz que no era de este mundo. Olía a incienso y a membrillo, como dijo Robert Browning que olía Asís. Un aire antiguo y tibio se remansó aquí para siempre, y en él quedaron adormiladas alas de ángeles o quizás voces y tactos de seda de aquellas maravillosas casullas del Irak que vienen inventariadas en las escrituras de la Celanova de antaño… Todo el valle de Arnoya era, aquella mañana de mayo, una enorme plaza de seda multicolor en la que brillaban como perlas las gotas de rocío.”

ÁLVARO CUNQUEIRO: El pasajero en Galicia.







“Consta la capilla de una nave brevísima y un tabernáculo proporcionado a la nave, al cual se entra por una puerta de arco de herradura de los más acentuados y característicos. Lindos ajimeces dan luz al tabernáculo, y ante su umbral está una grada revestida de preciosos azulejos moriscos, de esos matices brillantes y metálicos que tan gratamente halagan la pupila en los platos hispano-árabes que ahora se estila colgar en los comedores. Todo ello, ni convidaba a orar, ni siquiera a entregarse a la suave melancolía que infunden las iglesias cristianas: allí a lo sumo se podría amontonar dos o tres cojines, sentarse a lo moro, encender un perfumador y soñar con fuentes y palmeras, a lo cual incitaba bien el calor de la jornada, la fragancia de jazmines que sombrean la losa donde Santa Ilduara se arrodillaba invocando al cielo, y la pereza, herencia de la raza semítica que los españoles guardamos con cariño.”

EMILIA PARDO BAZÁN: De mi tierra.






"Ambrosio de Morales y el P. Yepes coincidieron con los antiguos en elogiar efusivamente la capilla de san Miguel, miniatura de iglesia, «brinco graciosíssimo», tan pequeña que cabe toda en 8,50 por 3,85 metros de planta y 6,00 de altura; tan sana y completa como el día en que se hizo; tan maja que alegra verla y suspende con sus primores. Nave, crucero y ábside la componen; el último es redondo por dentro, con diámetro de 1,35 metros, encarada su ventanilla hacia oriente y con credencias laterales, para celebrar el sacrificio sin ayuda de ministro, como la exigüidad del local exige: sería práctica entre reclusos y huéspedes, puesto que la designación de «hospitiorum» acredita ser así el tipo de oratorios destinados a presbíteros forasteros."

MANUEL GÓMEZ-MORENO: Iglesias Mozárabes. Arte español de los siglos IX a XI.

2 comentarios:

Amparo dijo...

Será una miniatura pero en las primeras fotos no lo parece; la haces grande. Por cierto: se ve el silencio.

samsa777 dijo...

Qué maravilla.