“Armonía, incluso conyugal, es la palabra clave en muchos pueblos montañeses. No sólo en el Himalaya, sino en el Alto Atlas marroquí. Allí, la mujer, la bereber, se muestra más libre que la musulmana. No es infrecuente encontrar mujeres beréberes de 30 años y con 6 divorcios a la espalda. De hecho, divorciarse es tan fácil como casarse, basta el consentimiento mutuo. Y así, la tela matrimonial beréber se hace y deshace. Sobre todo, esto último, tan vertiginosamente como la nieve, cuando arremete con fuerza, por fin, la primavera. Se acaban cinco meses al menos de aislamiento forzoso en sus remotos aduares. Se acaban, también, los matrimonios contraídos para ver de pasar un largo invierno.
Por esa razón también, una vez al año, al principio del otoño, en la campa de Imilchil, junto al morabito del santón Sidi Ahmed Oulmghani, el gobierno promueve el matrimonio registrado, en regla, ante alfaquíes. E incluso estimula esas bodas con el regalo de una dote de 100 dirhams, unas 1.500 pesetas. De paso, se vigila para que no haya en circulación novias de diez u once años, como ocurría en el pasado. Pero a veces resulta difícil averiguar edades entre las tirbatine, o casaderas, de la cabila de los aït haddidou, y bajo sus ahendir, o mantos picudos.”
LUIS PANCORBO: Mi buen salvaje
4 comentarios:
Un texto muy parejo a tus imágenes: apuntan hacia dentro, hacia lo que el turista de a pie no alcanza a ver.
Qué colores, qué caras
Muy de acuerdo con el primer comentarista.
Color espectacular. El matrimonio como accidente no es mala idea.
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