“Leire es el balcón donde Navarra se mira y Aragón bosteza un adiós, y también ese pórtico de su monasterio donde se despide el sol del ocaso mecido por la liturgia y el gregoriano de sus monjes cantores. Sobre la piedra proteiforme de sus archivoltas, canecillos, columnas y capiteles, que doblegaron los maestros de Jaca y Santiago se ofrece a diario una ceremonia y fiesta de gestos minúsculos y guiños de ojos en donde los personajes del camino se ponen en movimiento al son acordado de la música que conmueve y produce todo el templo, que no es esta exclusivo negocio de los tubos y cañones que hace resoplar el organista sino resultado de los ecos de recitativos y antífonas que han pulido y convertido todo el recinto en una caja de armonía pautada y medida. A veces, aún sin gente presente de la que puede verse, interpreta el templo su propia pieza en un silencio sostenido y tenso, apenas acompañado por el flautín que estremece las pesadas contrapuertas que protegen la nave. Si entrecierra los ojillos el caminante ya muy de atardecida, a la hora de completas y bien de mañana poco antes de laudes, verá cómo descienden deslizándose por la columna del parteluz, y en fila india o de bombero, los inquilinos de este tímpano o teatro de guiñol acordado al ritmo de los salmos que registra el monje organista desde su oscura gruta. Por allí desfilan la serpiente se rosca propagando su autodominio junto al riesgo de orgullo del capitán Kukulkán, los diablos astados y lascivos, el cornudo nigromante mezclando sus redomas, la mujer ventruda y parturienta, un serafín traidor convertido en logismoi, el aliento de la Quimera, la loba famélica y el pecador sedente el practicando la ascesis, los siameses con orejas de ratón predicando la vida comunal, otra serpiente emplumada soñando un continente distinto, el pícolo flautista invitando al amor, el anacoreta más desnudo del siglo, la joven virgen con el pesado cántaro de su virtud a cuestas, un clérigo herético vestido de novia, un muchacho que lleva a otro cargado sobre la espalda, las máscaras diversas y horrísonas que advierten contra la avaricia, la cólera y la deslealtad al camino, los ríos del paraíso sobrevolando un mar de ocas, el buda feliz disfrazado de cigüeña, Sidarta Gautama o el buda de la luz infinita disfrazado de pavo real engullendo el sol del poniente, el gentil tañedor de laúd lamentando su castidad vendida, el arpista impasible anticipando el blues, un morabito haciendo gárgaras o mostrando una nuez descomunal, el joven que acarrea el pecado mortal de su estéril e inevitable melancolía, el perro sicopompo y el rector sodomita transformado en cabeza de gorgona peluda, un perro San Bernardo, un perro Dálmata, un apotegma indescifrable, la fiera con garras de león y cabeza de tucán contemplando la distancia insondable, una fiera innominada e indescriptible, un gato doméstico de color gris, un genocida devorado por el mal de Herodes, el cocinero glotón camino del refectorio, el osezno estoico predicando la disolución de la individualidad, el buitre separado de las pompas del mundo, la tumba del faraón y la campana del miedo, el espejo que ha reflejado el conocimiento supremo, lo fascinante y el desparpajo, el mono gruñón e incontinente, el mono gramático, otro mono, desnudo e iletrado, el mensajero alado que se desploma desde el noveno piso del coro sobre su pata herida y enferma, el tetramorfos, la joven que se arranca los cabellos de su belleza desperdiciada y ahora inútil, un juglar vestido de obispo o de príncipe de pueblos, la idea de un mundo en el que el sexo no fuera placentero y la gente se viera obligada a ayuntar por deber y por no dejar que la especie se extinguiera, la idea del mismo mundo pero en el que la gente dejara que la especie se extinguiera, el elefante Ganesa recibiendo una carta, Ganímedes libre y la alondra de la mañana, la joven más bella de la tierra convertida en una tórtola enjaulada, el Antiguo Testamento y un manuscrito esenio, un boleto de lotería sin premio, una gran bota de vino tinto, Astarté, cinco enanitos y un arlequín, un jabalí invocando la locura y la furia, la boca del infierno y la negra Ker, demonios vestidos de clérigos barbudos junto a ángeles discretos e intensos, mártires voluntarios, suicidas y forzados, profetas del apocalipsis y santones, que todos tienen que decirle algo al peregrino que parte, antes de que el sol se vista de aire, antes de que se retire a la habitación que le han preparado, a su lecho de hojas de palma. Sí, languidece el día, que el de mañana ha de traerle nuevas cantigas al viajero jacobita desde otro crismón, bajo otro pórtico, que sólo los caballeros andantes de la orden del camino participan del lenguaje de monédulas y del canto de aves agoreras, cabezas parlantes y acróbatas imaginarios de la pluma o de la bota.”
JOSÉ TONO MARTÍNEZ: Cantigas de andar.
3 comentarios:
Verdaderamente es una fiesta. Lo has reflejado muy bien.
Una fiesta, literalmente, es otra portada románica que pondré dentro de unas semanas. Muy curiosa.
¡Ah, el romanico, tan sencillo y tan profundo!
Besos
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