"La llevamos a la Montaña de Fuego, la excursión obligatoria que nunca nadie hará como desearía, esto es, solo. Hoy percibí que la plaga turística sería más soportable si a esta gente, que ya no puede vestirse como los antiguos exploradores, de caqui y sombrero de corcho, no le gustase tanto ir vestida con estas camisas y estas bermudas, de colores chillones, de diseño estrambótico, capaces de ofender el más agredido y resignado ya de los paisajes. Todos, sin escepción, fulminaban las montañas con las cámaras de vídeo y las máquinas fotográficas, pero esto puede comprenderse, porque sabemos bien cómo la memoria es olvidadiza y con qué frecuencia, cuando la invocamos, empieza a decir una cosa por otra.
Mientras íbamos recorriendo los caminos laberínticos del parque y se sucedían los valles y los repechos cubiertos de cenizas, las calderas abiertas de par en par como agallas, en el interior de las cuales imagino que el silencio tendrá la espesura del propio tiempo, me preguntaba a mí mismo por qué habrían venido aquí estos hombres y estas mujeres, en su mayor parte groseros de palabras y de maneras, y si mañana, después de haber visto lo que vieron, notarán algún cambio en su manera de ser y de pensar.
Sin embargo, más tarde, en la Fundación César Manrique, leyendo un poema magnífico de Rafael Alberti sobre Lanzarote, sentí que me volvía un poco menos intolerante hacia la grotesca vestimenta de la generalidad de los turistas y mucho menos convicto en cuanto a la lógica de la deducción que me había llevado de las camisas a las mentalidades: como todo el mundo sabe, no hay, en todo el mundo, camisas más disparatadas que las de Alberti, y si él, habiendo vestido una camisa de ésas, escribió un poema así, entonces...
Dejo las reticencias calladas y en suspenso, que solo para eso sirven y vuelvo al autobús de la Montaña de Fuego, para lanzar una pregunta que había quedado en el aire: ¿qué sintieron aquellas personas cuando les contaron la historia de un hombre -Hilario se llamaba- que durante cincuenta años vivió en lo alto del Timanfaya teniendo como única compañía un camello? ¿Qué fibra del cuerpo, qué tejido del espítitu se estremeció en ellas cuando oyeron cómo Hilario plantó allá en lo alto una higuera y cómo el árbol nunca pudo dar fruto porque su flor no podía alimentarse de la llama?"
JOSÉ SARAMAGO: Cuadernos de Lanzarote.
1 comentario:
Me encanta el texto que has elegido; creo que esa sentencia se nos ha ocurrido a todos alguna vez. Ya nada se descubre en soledad.
Chao
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