"La partida del autobús impidió cualquier otro comentario, y pronto nos hayamos en los asientos delanteros, traqueteando por el adoquinado, con las piernas en medio de un averío y con manojos de albahaca, mejorana y romero sobre nuestros regazos, presentes de despedida que Eleni, la cantante de lamentos fúnebres, nos había enviado. Dejamos atrás las afueras de la ciudad, y los remanentes de luz se desvanecían rápidamente sobre el golfo situado debajo de nosotros, en una estela ambarina y verdeazulada. ¡Ciento veintisiete! Aquel hombre había nacido dos años antes de que Byron falleciese en Mesolongi. Jorge IV, Carlos X y Alejandro I estaban en sus tronos, Wellington, Metternich y Talleyrand rondaban la mediana edad. Sus recuerdos más tempranos incluirían a Petrobey a la cabeza de su rudo ejército maniota, los guerrilleros erizados como un puercoespín a causa de los fusiles de cañón largo, las cimitarras, los janyares, los yataganes y las pistolas con repujados de plata, arrastrando cañones de bronce a través de los empedrados de Tsimova... Las primeras historias que habrá escuchado deben de haber estado relacionadas con la quema de poblaciones y con las pirámides de cabezas cortadas, la matanza de la caballería de negros de Ibrahim, las decapitaciones y los empalamientos. Acaso haya oído, a través del golfo y de las montañas, el repentino fragor de las armas proveniente de Navarino, y quizá, con el súbito tañido de las campanas, haya advertido confusamente que Grecia era libre... Las especulaciones proliferaban en las crecientes sombras. El destartalado autobús, corcoveando y encabritándose, se internaba cada vez más en el Mani Profundo. Inquietas gallinas cloqueaban en el suelo, los olivos pasaban zumbando en la oscuridad. En una parada, en el exterior de un café rural, una mujer alzó en brazos, hasta la altura de nuestra ventanilla, a un niño pequeño y le dijo que echara un vistazo a los extranjeros. «Jamás ha visto a ninguno –comentó la mujer, disculpándose. Luego añadió–: Tampoco yo…»."
PATRICK LEIGH FERMOR: Mani. Viajes por el sur del Peloponeso.
MANOS ACHALINOTOPOULOS: Hyacinth.
4 comentarios:
Que coincidencia, precisamente me lo estoy leyendo ahora!
Un abrazo
Tienes buen gusto. ¿Conoces El tiempo de los regalos?
Iba a decir que me gustaba mucho el texto esta vez. Y el final es una gozada. Aún me acuerdo, de niños, cuando íbamos a Madrid y nos quedábamos mirando a los extranjeros como algo curioso. Ya ves, nada raro.
Saludos.
Me apunto esa última recomendación.
Hola Ruben, pues no, no lo conozco, pero lo buscaré!
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