"El primer día, en cuanto cruzamos la frontera italiana, fue para los dos una revelación. Estábamos junto a la ventana, con las sienes juntas, sin decirnos nada. Ante ningún paisaje nos sentíamos, normalmente, tan unidos. Llegamos a Venecia una tarde. Me pareció que el rostro de Ileana ya no tenía la misma euforia que hasta entonces. Pensé que tal vez estaba cansada, aunque habíamos pasado la noche en Trieste. Justo al día siguiente, observé que su impaciencia, lejos de apaciguarse, crecía. No estaba tranquila, sólo la sentía presente en los museos, en las catedrales. Pero en la plaza de San Marcos iba ausente, rígida, como si le hubiera entrado un repentino cansancio. Le pregunté lo que le pasaba.
-Ya estuve una vez aquí -me confesó con dificultad-. Pero entonces no vi los museos..."
MIRCEA ELIADE: Boda en el cielo.