sábado, 6 de septiembre de 2008

O CORPIÑO I




"En el tiempo de las fresas -que en el Ulla llaman "frezes"- Florinda, que era la rapaza más bonita y graciosa de Paizás, iba a cogerlas al fresal y, coronada con ellas, bailaba en la primavera. Yo la veía bailar, mientras que el jardín se volvía cada vez más limpio con los chaparrones verdes de mayo. Subía un aroma embriagador a ozono y a fresa mojada y, en la dulzura de la tarde, sonaba, sobre el verde recién lavado de los bojes, más clara la sonata amarilla de los mirlos.

Pero Florinda, a veces, se ponía muy triste y la daban unos ataques que la privaban del sentido; entonces comenzaba a hablar en un lenguaje extraño que nadie comprendía. Los médicos no acertaban con el mal y Margarita de Vaamonde, la abuela de Doloriñas de Noceda, que era saludadora, y el brujo de Tribaldes con ella, concordaron que tenía el "Ramo Cativo", y que lo mejor sería llevarla al Corpiño, en el día del glorioso San Juan.

En el día señalado, y aún con bastante noche, que de Paizás a Nuestra Señora del Corpiño, que queda más allá de Silleda, hay sus buenas seis leguas de andadura, aparejaron la yegua y se puso la madre de Florinda, porque el padre había muerto hacía años, bajo las estrellas con la rapaza en camino. Yo iba también, porque nunca había estado en el Corpiño, y me habían dado permiso en casa. Nos acompañaba el señor Ramón, el viejo criado nuestro, de quien hablé, que llevaba, para cubrir bajas, como decía, a su famosa burra de la que era inseparable. El señor Ramón iba de espolique con una vara de avellano en la mano contándonos los peligros y las tribulaciones que había pasado de mozo en las Américas, e historias de ladrones y aparecidos que le daban mucho miedo a Andresa de Cancelas, la madre de Florinda. Esta iba encima de la yegua sin hablar nada, y su madre aseguraba que tenía fiebre.

Ya pasada la puente Ulla, nos encontramos con otras gentes que iban ofre cidas al Corpiño: un viejo blasfemo que llevaban encima del caballo, unos niños que parecían de cera; una mujer que se arañaba toda la cara y escupía pelos por la boca, y otros enfermos. Comenzaba a amanecer, entre los cantos indecisos de los primeros pájaros.

En el cielo se dibujaban unas rayas asíntotas, como de leche, pero la noche aún subía de la tierra húmeda, con sabor a pantanos, hierbas y hojas mojadas. Después el cielo comenzó a ponerse ropas brillantes, amarillas y coloradas, y las casas del valle y las montesías se desperezaron elevando el humo hacia los primeros rayos.

Nos lavamos la cara en una fuente, en la que echamos hierbas de la mañana de San Juan, y poco después avistamos el Santuario. Entonces Florinda empezó a gritar, lanzando palabrotas y pecados contra la Santa, y hubo que sujetarla bien, pues se quería tirar de la cabalgadura, mientras el viejo blasfemo se puso a su vez frenético. Costó mucho trabajo, igual que acaecía con otros enfermos, hacerlos entrar en la iglesia, donde ya llevaban toda la noche diciendo misas. La algarabía era increíble; en tanto unos lloraban y blasfemaban, otros cantaban y se desmayaban, mientras un fraile corpulento, por encima de toda aquella tolería, lanzaba asperges de agua bendita y exorcismos.

Yo comencé a marearme, y tuve que salir a la puerta a respirar, ayudado por el señor Ramón; que no era nada fácil penetrar en aquella muchedumbre implorante, vociferante y sudorosa, apretada como si fueran perdigones.

Terminada la misa, Florinda echó un burujo de pelos por la boca, y se quedó traspuesta como en trance. Con mucho trabajo la sacaron al atrio, donde se iba a organizar la procesión presidida por Nuestra Señora del Corpiño, muy puesta en el anda, rodeada de exvotos, y con muchos billetes prendidos con alfileres en su manto. Detrás había otros santos, entre los que destacaba la milagrosa Santa Eufemia, San Julián, San Roque, con su pequeño perro, lamiéndole la herida abierta de la pierna...

Luego, tras los clérigos y el robusto fraile predicador, tocó la banda de Silleda, con sus alabados músicos, de guerrera desabrochada y un pañuelo por debajo de la gorra, por aquello del calor, que era por cierto mucho. Por último, los ofrecidos y ofrecidas, muchos arrodillados, fueron cantando en la procesión los gozos y letanías del Corpiño. Comimos, bajo la sombra refrescante de los robles antiguos que rodean el Santuario, las viandas que habíamos traído con nosotros, y picamos a modo de regalo en el pulpo de media cura que se cocía en las grandes calderas de cobre de las orondas y encendidas pulpeiras de Carballino. Aquel pulpo, con su punto de pimentón picante, acompañaba muy bien al fresco vino del Ulla. Florinda comió muy poco, pero estaba tranquila y hasta sonreía, con aquella sonrisa que tenía cuando bailaba, coronada por las fresas.

Regresamos con el sol poniente, porque el señor Ramón encontró a viejos compañeros de sus años de emigración y no había modo de arrancarlo de allá. Estaba pegado al toldo del puesto, bebiendo cafés y copas, "como si fuera un alcalde", según decía, admirada, Andresa de Cancelas.

Salimos por fin camino de Paizás, a donde llegamos tardísimo por culpa de la bebedeira del señor Ramón, que se paraba a veces, y hacía parar a los caballos, y se ponía a escuchar, como los indios, con la oreja contra el suelo, para oír unos imaginarios ladrones que se aproximaban, según recuerdos de la pampa argentina.

En casa estaban muy alarmados cuando llegamos, y decidieron que siendo tan niño no debían confiarme en el futuro a viajes largos con el señor Ramón, que era muy bueno pero tenía poco sentido. Llegué muerto de sueño pero me di cuenta de la conversación de los mayores y me quedé contristado, por gustar mucho de la compañía y de los cuentos del señor Ramón, aunque éstos últimos podría seguir oyéndolos en el lar, lo que no dejaba de ser un consuelo.

Florinda, desde entonces, quedó curada, y no volvió a tener ataques. Alababan todos al Corpiño y la buena idea de haberla llevado allí."

JOSÉ MARÍA CASTROVIEJO: "Memorias de una tierra"



"El libro tiene esa melancolía de fondo de todos los libros de memorias de infancia y juventud, pero el autor descubre en las páginas todas esas cosas que cuentan formaron parte de su aprendizaje de hombre, y de una manera u otra están el él, vivas en cuanto una vuelta de memoria las toca. Y esto es lo que da tono al libro, el saber que a la par que una invención literaria hay una realidad humana, la de Castroviejo y sus criaturas, en un paisaje dado, y que conserva una ensoñadora felicidad."

ÁLVARO CUNQUEIRO: Prólogo a Memorias de una tierra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Rubén, veo que Galicia da para muchos viajes. Este 2008 no nos hemos pisado la ruta. Creo. Mi itinerario ha pasado por Verín, Bóveda (por fin), Coruña, Cecebre, Betanzos, Eume, Ferrol, Teixido y Carboeiro. Iré dando cuenta de ello. Y aunque coincidamos, nunca hay dos miradas iguales. Eso sí, con Cunqueiro en la mesilla.

Anónimo dijo...

"Vivas en cuanto una vuelta de memoria las toca..." y las trastoca. Qué agradable es contemplar los recuerdos de los otros desde su añoranza; dan ganas de darse la vuelta.
Una apreciación: los mirlos son más bien mañaneros, no vespertinos.

Abrazo

Cristian M. Piazza dijo...

Hola Rubén,

Dice Sergio Chejfec que el recordar es la única cosa, cierta, que aprendemos a hacer. Al menos así lo afirma su narrador (que no es otro que él mismo) en "Lenta biografía".

Abrazos