viernes, 27 de julio de 2012

ZAMORA V


A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD

Voy a esperar un poco
a que se ponga el sol, aunque estos pasos
se me vayan allí, hacia el baile mío,
hacia la vida mía. Tantos años
hice buena pareja con vosotros,
amigos. Y os dejé, y me fui a mi barrio
de juventud creyendo
que allí estaría mi verbena en vano.
¡Si creí que podíais seguir siempre
con la seca impiedad, con el engaño
de la ciudad a cuestas! ¡Si creía
que ella, la bien cercada, mal cercado
os tuvo siempre el corazón, y era
todo sencillo, todo tan a mano
como el alzar la olla, oler el guiso
y ver que está en su punto! ¡Si era claro:
tanta alegría por tan poco costo
era verdad, era verdad! Ah, cuándo
me daré cuenta de que todo es simple.
¿Qué estaba yo mirando
que no lo vi? ¿Qué hacía tan tranquila
mi juventud bajo el inmenso arado
del cielo si en cualquier parte, en la calle,
se nos hincaba, hacia el trabajo
removiéndonos hondo a pesar nuestro?
Años y años confiando
en nuestros pobres laboreos, como
si fuera nuestra la cosecha, y cuánto,
cuánto granar nos iba
cerniendo la azul criba del espacio,
nada era nuestro ya: todo nuestro amo.
Como el Duero en abril entra la casa
del hombre y allí suena, allí va dando
su eterna empresa y su labor, y, entonces,
¿qué se podría hacer: ponerse a salvo
con el río a la puerta,
vivir como si no entrara hasta el cuarto,
hasta el más simple adobe el puro riego
de la tierra y del mundo?; y bien, al cabo
así nosotros, ¿qué otra cosa haríamos
sino tender nuestra humildad al raso,
secar al sol nuestra alegría, nuestra
sola camisa limpia para siempre?
Basta de hablar en vano
que hoy debo hacer lo que debí haber hecho.
Perdón si antes no os quise dar la mano
pero yo qué sabía. Vuelvo alegre
y esta calma de puesta da a mis pasos
el buen compás, la buena
marcha hacia la ciudad de mis pecados.
¡De par en par las puertas! Voy. Y entro
tan seguro, tan llano
como el que barbechó en enero y sabe
que la tierra no falla, y un buen día
se va tranquilo a recoger su grano.


CLAUDIO RODRÍGUEZ: Conjuros

lunes, 23 de julio de 2012

ZAMORA IV


ZAMORA, LA BIEN CERCADA

Zamora era un pueblo precioso, pequeño, modestísimo, de casas bajas, en medio de rigores extremos e inviernos prolongados. Cuando la primavera asomaba por el mes de mayo, la gente extenuada y contenta, igual que en León, salía a recibirla a la puerta de las casas, la hacían pasar a lo más íntimo de ellas, por lo general la cocina, la sentaban con ellos y le hablaban. Las mujeres se llevaban la mano a la boca, por coquetería; los hombres se arrascaban la nuca un poco, con delicadeza.

Como todas esas ciudades que quedan a trasmano en un país fronterizo, era también un pueblo literario. Se habría podido forjar en él una pequeña leyenda, y la gente vivía únicamente las horas serenas de la luz. Para el resto, Zamora quedaba a merced de los faroles agónicos y de combativas estrellas.

Como todos los pueblos y ciudades sin llamativos monumentos ni riquezas ni prestigio, sufrió la devastación del desarrollismo a costa de su carácter. De la noche a la mañana empezaron a desaparecer los viejos caserones, las alquerías, las antiguas posadas de carreteros, los jardinillos, los conventos… En su lugar fueron metiendo lo que meten en todas partes, y uno se queda inerme como ante esos ramos secos que se olvidaron de retirar de un monumento.

Tampoco sabe uno si los recuerdos que tiene de Zamora son verdaderos o falsos, aprendidos en las fotografías viejas, en los periódicos de hace cuarenta años, en los libros. Veo una fuente de piedra de algún Carolo, y en ella abrevando una reata de burros con llamativos jaeces. Veo también un bazar con juguetes de hojalata, cavases y muñecas de ojos mecánicos. Veo un escaparate con toda clase de sombreros y boinas. Al fondo de una taberna oscura, oigo hablar a cuatro o cinco hombres, con el compás de las piernas abierto y las varas rectas de fresno o de avellano en la mano. Pero sobre todo diviso, a la orilla del río, mujeres que lavan la ropa, y la tienden un poco más allá, en unos prados, para que el sol y el gallo, los dos príncipes, pongan su mano en ella.

Todas las ciudades cambian, incluso las que como Venecia o Lisboa, por ejemplo, no parecen hacerlo.

Mucho ha cambiado Zamora, y sin embargo hay algo en ella indestructible. ¿Qué?

Zamora, la bien cercada, era un pueblo precioso, humilde y con carácter, una calle principal, otras que afluyen, la Audiencia, la catedral, el Duero… Había algo de doloroso en todo ello, pero también mucho de alegre invitación a la vida: en primavera los vencejos, las golondrinas, en verano las mañanitas frescas y el espejuelo de las alondras, en otoño el canto de las ranas, en invierno el frío aliento de la meseta, cómo celebraban, qué vítores lanzaban a lo alto y recogían todo, y con el propio sufrir de su pobreza, unas lágrimas difíciles, contadas, amasaban el pan que al hombre le hacía crecer sano y fuerte, sin olvidar la muerte.

Tenía, y tiene, un rasero común, que era muy alto: el sastre elegante, el carbonero, el zapatero de portal, el talabartero, el canónigo, el aperero, el apoderado del banco, la muchacha de quince años cruzando por el puente de piedra, el tabernero que sirve el vino peleón de Toro y derrama un poco sobre la mesa… Todo lo que algún día fue, lo será eternamente, y aunque nadie vuelve nunca a la misma ciudad, ni a bañarse en el mismo río, hay algo que en ella no puede haber cambiado: su pasado. Acaban de enterrar allí a Claudio Rodríguez, el amado, duradero poeta. Respira ahora en silencio, como los árboles. Soñó esa ciudad hasta hacerla distinta, así que ya no sé si he vuelto al burgo predilecto y viejo o a unos versos antiguos, siempre nuevos.

ANDRÉS TRAPIELLO: Mar sin orilla.

viernes, 20 de julio de 2012

ZAMORA III


"La ciudad vieja de Zamora se asienta sobre una roca que el Duero rodea por el lado sur, donde antiguamente sus aguas movían media docena de molinos. Desde el puente de piedra de quince ojos que cruza el río se disfruta de la mejor perspectiva de la catedral. La extraña cúpula cubierta de escamas que hace su reputación tiene un aspecto oriental, como el casco de un guerrero mongol. El campanario es una torre fuerte, corta, desmochada. A la vista de la torre y de la cúpula parece que se tratara de ciudades distintas, de Oriente y de Occidente. Sobre un cielo nublado aparecen las esencias del gris, más pálido y polvoriento en la cúpula, ligerísimamente terroso en el campanario. Zamora conserva parte de su castillo, apenas un reducto, en lo que sería la proa de la roca."

MANUEL DE LOPE: Iberia. La imagen múltiple.

martes, 17 de julio de 2012

ZAMORA II


“Y entrando ya en la ciudad, ¡qué encanto el de sus iglesias románicas, robustas y recogidas, severas y rudas! Salamanca es una ciudad del Renacimiento, toda ella afiligranada, toda ella llena de una profusión de labores platerescas en sus piedras doradas. Zamora es más ruda, más fuerte, más ingenua, más campesina y a la vez más belicosa.”

MIGUEL DE UNAMUNO: La Nación, Buenos Aires, 25-IX-1906

jueves, 12 de julio de 2012

ZAMORA I


“Pasa el río por Zamora, verde y manso. La enorme calva bizantina del cimborrio se mira en las aguas profundas..... Pasan lentas las barcas sobre las ondas.

A lo lejos, entre las pardas modulaciones del terreno, asoman los montes pobres de color..... Las iglesitas románicas descienden por las callejas hasta el río..... Este va lentamente arrastrando su gran prestigio de evocaciones históricas al sonido grave y suave que produce.....


Terminó la antigua historia romántica del río..... No queda nada de lo que antes viera el agua..... La historia está quieta..... Pero todavía el viejo y solemne Duero sueña y ve combatiendo borrosamente a las grandes figuras de su romance.”


FEDERICO GARCÍA LORCA: Impresiones y paisajes.

lunes, 2 de julio de 2012

SAN PEDRO DE LA NAVE




“Así, arrastrando el peso de su recuerdo, recorrió muchos países y llegó junto a un río cuya travesía era sumamente peligrosa, a causa de la violencia de la corriente y de la gran extensión de limo que había en las orillas. Desde mucho, nadie se atrevía a cruzarlo.”

GUSTAVE FLAUBERT: La leyenda de San Julián el Hospitalario.





“La hermosura de esas iglesias a que aludo cautiva por sí sola, por sus logradas formas de belleza; pero en San Pedro de la Nave, por ejemplo, un Daniel entre los leones o el sacrificio de Isaac, que están esculpidos en sus capiteles, son muestra de la seriedad con que estas piedras nos ofrecen los dos polos de la creencia o «fiducia»: el abandono de Abraham en una esperanza contra toda esperanza en quien confía, y la firmeza del profeta en negarse a adorar un poder de este mundo, sea el que fuere.”

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO: Guía espiritual de Castilla.





“De San Pedro de la Nave saldremos con el convencimiento de habernos asomado a una profundidad creadora cuyas motivaciones espirituales han dejado de ser sobre la tierra.”

IGNACIO GAMONEDA: Zamora.