jueves, 6 de noviembre de 2014

HERRÁN


"Llegar a Herrán, dejando atrás el lienzo tenue donde tierra y cielo se abrazan hasta fundir sus perfiles, es llegar a un arribe de sosiego, medida quietud, paz medieval de entreguerras. Sus casas, robustas, de medidas exactas, nada altisonantes, se esparcen por la llanura que recibe al montañés que baja a los valles. Piedras rojizas, tejas donde hierbas lagarteras brindan abrigo a salamanquesas y autillos en las noches de agosto. Repechos, recuerdos de barbacanas y algún fragmento nobiliario incrustado en hogares y cobertizos."


"Unos muros singulares atraen la atención del viajero. Cuadrada, maciza, la torre señorial de Herrán se mantiene erguida sobre las asechanzas del tiempo. Su apostura, propia del gótico popular de finales del siglo XV, sirve estos días de cobijo a una recoleta hospedería. Al cruzar el umbral de su portón, un represado universo de vigas, corredores, habitaciones y ventanucos ofrece la posibilidad de reposar alejado de cualquier entrechocar de armas y banderías. Al fondo de cada alfeizar, la campiña, repleta de praderíos, boscajes, quebradas y manchas de frutales, va mostrando escenas, ya oleos, ya acuarelas, a quien remonta atento las escaleras que crujen hacia el corazón de la torre. En él, una sala espaciosa, de techo bajo, soportado por recias y ennegrecidas maderas, muestra un tesoro discretamente guardado... Pinturas de belleza conseguida, enigmática, recorren las paredes como sobrio espectáculo de símbolos y colores perennes."


"En hileras entremezcladas, los sauces, los fresnos, los robles, y algún nogal, nudoso y alto, se mueven sobre taludes y pequeños roquedos. Al flanquear el río, menudo, brillante, dos o tres chopos inclinan sus puntas hacia poniente con un aleteo mudo de hojas a punto de otoño. Las gotas más incoloras, más celestes, puntean de sílabas nunca escritas la superficie de un estanque antiguo y rectangular. Tras él, montículos de zarzamoras, círculos de espinas, se apartan para acercar al sendero las sombras de los riscos de Aracena. Los pliegues de un valle hechizado, el de Tobalina, quedan a mi espalda, y una cinta de plata, sierpe susurrante, marca el rumbo del desfiladero del Purón. Adentrarse en él, con los labios cerrados y las pupilas dilatadas, resulta inevitable."


"El río se estrecha y se hunde en un quiebro inverosímil. Las paredes de piedra lavada se aprietan, buscando la cercanía, igual que dos amantes momentáneamente separados por un golpe de aire. Cicatriz del sentir. La senda se vuelve una mínima calzada de piedra, colgada de un farallón opaco, enramándose hasta un repecho de majuelos y cerezos silvestres donde los restos de una ermita se abrazan al muro natural de la roca... tratando de no desaparecer, combatiendo el olvido, desmoronados hacia una derrota sin remedio."


"¿Qué aura cobija aún estas ruinas? Pórticos y bóvedas postradas junto a los helechales. ¿Quizá la de aquel San Roque, iniciado de iniciados, paso desnudo a la vera de un can alobado y amigo? Posiblemente. Aunque toda certeza, toda comprensión es aquí innecesaria. Sólo conviene presentir el verdadero, el gran mito: la tierra maternal y fuerte, que nos brinda sus muslos."


"Cronicones y dichos hablan de calzadas romanas tendidas de Briviesca a Orduña, de una colonia germánica, Pontecerci, de cenobios emboscados en las brumas, cementerios rupestres, eremitorios refugio de anacoretas cuya sabiduría condujo almas y cuerpos al desprendimiento del mundo... Las montañas se cubren de nubes bajas. Con un aleteo de abubillas, relumbre ocre sobre las cenizas, la lluvia se agota y desaparece. De la mano del valle y sus arboledas, la claridad se asienta en surcos desprovistos de mies hace años."


"Haces de luz llaman al viajero a desandar los pasos, palpar por última vez el misterio de esta brecha abierta en el vientre de la tierra bordado de nudos magnéticos, y regresar a los saledizos de Herrán y los tiernos meandros del bajo Purón, con sus hontanares y breves vaguadas repletas de tréboles, berros y limillas. La voz de Claudio Rodríguez, inopinadamente, anima a ello:

Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias... claridad sedienta de una forma, de una materia para deslumbrarla quemándose a sí misma al cumplir su obra."

JUAN MANUEL GONZÁLEZ: Vírgenes, masones y visionarios. Rutas iniciáticas y ocultistas.