miércoles, 31 de octubre de 2012

CALATAÑAZOR


"En un desvío de la carretera, poco antes de llegar a Soria, viniendo del Norte, si no recuerdo mal. El viajero, por reacio que sea a la mitología literaria castellana (y no hay casi nadie que sea insensible del todo: hasta Salvat-Papasseit escribió un libro entero, Les conspiracions, al mismo tiempo contra y a base de esta mitología), no deja de tener la mente, antes de ir a Soria, bien poblada de lo que Soria es en la literatura, desde Bécquer hasta Machado. Apenas llegados a Soria, la impresionante aparición de una fachada románica en una calle feudal, en la desnudez del altiplano, crudo y cubierto de escarcha en el invierno, calcinado en verano por el implacable fustazo del sol, perpetuará en la pupila del viajero el mito literario. Pero, unos cuantos kilómetros antes de la ciudad, ha habido aquel desvío, aquel viraje imprevisto. Muchos, naturalmente, pasan de largo; pero no es seguro que todo el mundo resista a la tentación: Porque, lapidario y conciso, el indicador de esta carretera comarcal, en la soledad esteparia, lleva un nombre de lugar: «Calatañazor», y la información de una distancia brevísima.

«Calatañazor», es decir, allí mismo, al alcance de la mano, el campo remoto de una batalla medieval con estandartes y añafiles y paramentos y escudos, turbantes y cimitarras; la morisma y los caballeros cristianos, oro y luz de algún volumen miniado; tierra arisca y épica. Aquí fue derrotado Almanzor, o, más exactamente, según el dicho popular, «perdió el tambor»; el eco de este tambor perdido retumba aún por estos vericuetos azotados por la claridad sedienta del mediodía. Todo, no obstante, es mito; vivo, no sólo en otro tiempo, sino en una esfera puramente mental. Porque, para empezar, Calatañazor, en sí mismo, es –o era, si ha cambiado últimamente, y esto parece improbable– un pueblecillo torvo, de piedras viejas, un lugar yermo y entregado a la desolación, un lugar donde ya casi no vive nadie; la osamenta de un pueblo más que un pueblo. La gente ha dejado sólo a Calatañazor con sus fantasmas de moros y cristianos.

Pero, además, la existencia mítica de Calatañazor es estrictamente legendaria. Aunque muchos de nosotros lo estudiamos como algo genuino en el bachillerato, parece que la batalla de Calatañazor, tal como la registra la tradición, no tuvo lugar nunca. Es materia épica y materia de esa parte del sueño que nutre la memoria colectiva de los pueblos; una especie de Genius loci, una encarnación tangible del espíritu aguzado y fragoso de esta tierra de peñascales y cascajos, que suscita sus apariciones del mismo modo que el despoblado africano inventa espejismos de agua y de ciudades.

El sol, a pleno día, es esquinado y deslumbrante; cuando se oculta al atardecer, hay una luz de cobre que bate el pedregal. Los guerreros imaginarios mueven espadas con estrépito de hierro viejo y enmohecido en un cielo de sueño y diorama. Hay parajes –el campo de Calatañazor, o estos lugarejos umbríos de las Guillerías por donde vaga la sombra de Serrallonga– animados por el alentar de una incierta historia. Estas batallas imaginarias, o transfiguradas por la lejanía o la leyenda, son el espíritu vivo de un lugar: el mito hecho paisaje."

PERE GIMFERRER: Dietario (1979-1980)


sábado, 27 de octubre de 2012

SAN JUAN DE DUERO

“Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas posesiones se extendían al lo largo de la opuesta margen del río.”

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER: Leyendas.

“El primer impacto fuerte fue el de las columnas entrelazadas del patio de San Juan del Duero. Del convento de los Templarios no ha quedado casi nada y del mismo claustro sólo estas columnas, mitad occidentales –quiero decir románicas–, mitad orientales, esculpidas y entrelazadas según el estilo sículo árabe o amalfitano. Dentro de la iglesia derruida hay una tumba de caballero templario bien conservada, único testimonio del drama.”

VINTILA HORIA: España y otros mundos.

“Pues hay un corto trecho del gran río que casi emociona por su majestad y belleza; desde el Perejinal, el Duero tuerce hacia Soria, sin dejar de verse el cerro del Mirón; éntrase, luego, hasta el puente, y, antes de él, ancla en San Juan de Duero, con sus tapias húmedas de río, frente a la ermita de la Virgen y a vista de la ciudad. ¡Ah, ya sabían los sanjuanistas del siglo XII lo que se hacían! Como caballeros auténticos, eligieron lo mejor de la ribera y alzaron un monasterio donde comienzan las huertas, muy cerca del puente, y tan deliciosa paraje que, si hubiera en el mundo algo mejor que la santería de San Saturio, no sería sino el abaciazgo románico de San Juan de Duero, merendando, como harían los sanjuanistas, un cordero asado en el claustro, a cinco metros del agua y de sus hierbas.”

JUAN ANTONIO GAYA NUÑO: El santero de San Saturio.


“Los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén ya no existen, pero todavía queda algo del monasterio que construyeron en Soria en 1100; el croquis, la idea de lo que una vez fue la columnata que rodeaba el patio conventual. Es por la mañana temprano, algo de escarcha pende sobre el río, que aquí todavía es estrecho y corre rápido y oscuro a lo largo de las orillas recubiertas de caña y elevado verdor. Los arcos que forman la columna están trenzados entre sí y parece como si una serie de arabescos colgara en el aire. Es realmente un jardín; las rosas pululan por los muros de la pequeña iglesia, gladiolos y margaritas de la altura de un hombre se agitan bajo los chopos, pero el cuadrado entre las cuatro filas de arcos permanece vacío. Esto lo hace enigmático, está abierto por todos los lados, el viento, el aire y las voces flotan a través de sus aberturas, está al descubierto, se halla fuera y, sin embargo, estoy dentro, en un jardín musulmán.”

CEES NOOTEBOOM: El desvío a Santiago.

domingo, 21 de octubre de 2012

ERMITA DE SAN SATURIO


“Pocos sitios tan interesantes como el cenobio de San Saturio en Soria. Aun después de la impresión producida en el alma por el claustro de la Colegiata de San Pedro y los arcos de San Juan de Duero, la visión de esta especie de anachoristyrion del monte Athos queda profundamente grabada en el recuerdo. A la izquierda del Duero, sobre elevadísimo sistema de riscos y escarpes, la piedad de varios siglos –esa piedad de leyenda dorada a lo Vorágine, a lo Simeón Metaphrasto, a lo Juan Moscho– ha ido levantando en el aire y empotrando en los salientes y concavidades de las rocas un edificio singular. Consiste el célebre eremitorio en una serie de construcciones de ladrillo, piedra y yeso apoyadas en la montaña sagrada –una minúscula Hagión Oros–: Las paredes que dan al río son de un encanto indecible, de una curiosísima y sugeridora trama griega o maronita, o de lauras de San Sabas en el torrente del Cedrón; estampas del Serval, páginas de L’Afrique chrétienne, de Lecrercq; de Harnach en Das Mönchtum. Pero en esas paredes altas verticales al río no hay koinosbios, no hay vida común monacal, no existen esas balconadas o miríadas de ventanas que distinguen los monasterios inmensos orientales, donde «el que trabaja reza», según la bella frase de Benito de Nursia; son aquellos paredones recias mamposterías castellanas que siguen las grutas internas que habitara San Saturio, con pocos boquetes al exterior, aunque ese paisaje sea, como el del Duero por aquellos sitios, de una aspereza y rigidez de regla de San Basilio.”

EUGENIO NOEL: España nervio a nervio.


“Es español a medias el que no haya visitado, con la devoción del morabito a la Meca, esa divina curva del Duero en Soria, que le hace dirigir sus aguas hasta el oeste y al Atlántico, después de correr hacia el este y el Mediterráneo, cual un afluente más del Ebro; el que no se haya extasiado ante el imafronte románico de Santo Domingo o los purísimos claustros, románicos también, de San Juan del Duero por bajo de la ciudad; el que no haya esparcido su vista desde la altura de los derruidos murallones del monte Oria o Moria que domina a la «Soria pura, cabeza de Extremadura» de los viejos textos; el que, después de leer las iniciáticas leyendas de Bécquer relativas al lejano Moncayo y al cercano monte de las Ánimas, no haya recorrido a pie, por bajo de San Juan, la veguita entre páramos que antaño fuese la opulenta huerta templaria de Santo Polo, junto a la cueva de San Saturio o San Saturno.”

MARIO ROSO DE LUNA: Del árbol de las Hespérides. Cuentos teosóficos españoles.


“Después viene el puente, y el soto, y ahora el viajero queda, a la derecha, bajo las terrosas ruinas del castillo. Y, después, a la izquierda, las mejores huertas de Soria, en verdores y en fresco. En seguida, San Polo, de los señores Templarios, que comían las ricas lechugas y pepinos del Duero bajo sus bóvedas de crucería. Aquí empieza una tabla de agua, con viejos batanes, acabando en las rocas blancas que componen la cara del Santo. Sobre ellas está mi ermita; entre San Polo y San Saturio, un camino flanqueado por los chopos melancólicos, con muchísimas iniciales de enamorados y sus fechas sacras. Pueden continuar grabándolas, porque todo esto es demasiado limpio y sencillo para resultar cursi.”

JUAN ANTONIO GAYA NUÑO: El santero de San Saturio.

domingo, 14 de octubre de 2012

SAN BAUDELIO DE BERLANGA

“Quien había hablado, podía decirse que a diario, a Don Absalón, de Teón de Alejandría había sido naturalmente Juan de las Salinas, que le había conocido, cuando estuvo por aquí pintando un Edén con una palmera en el centro de él, que acogía al mundo entero bajo sus brazos, y además tenía en su cogollo como un cajón para guardar libros y por eso era el árbol de la sabiduría.”

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO: Un pintor de Alejandría.

“En sus lejanos orígenes fue una gruta, disimulada entre encinas, de acceso velado por las carrascas, cuyo frescor alegraba la meridiana transparencia de un manantial escondido. Allí se asentó un anacoreta, y a éste le sucedería otro y después… La cueva quedó consagrada como un lugar para la meditación. Y andando el tiempo, a vueltas con sus azares, hasta el seguro refugio de aquel paraje peregrinaron algunas de las muy veneradas reliquias del mártir de Orléans. A su influjo creció la ermita. El prodigio de su arquitectura responde a la esbelta palmera del Beato de Valcabado o de Valladolid. Unos alarifes anónimos escribieron su arte sobre la inmensa página a cielo abierto de aquella loma esteparia que mira al Duero.”

GONZALO SANTONJA: Castilla y León. Lo que se llevaron de esta tierra.

“Estoy bajo la tariqat, en el camino, en el sendero. Estoy bajo la palmera excelsa, pétrea. Estoy bajo la ermita, estoy bajo la mezquitilla a la entrada de la cueva y miro las huellas de las pinturas arrancadas salvajemente y, a pesar de todo, sentado sobre las raíces, y apoyado sobre el tronco frío, percibo el alma en paz. No necesitar nada, no querer nada, tenerlo todo, qué difícil es permanecer en el quietismo, qué difícil es alejar la angustia, qué difícil es el amor al prójimo. Sufís y eremitas a menudo fueron atacados, incluso considerados herejes, porque insistían en el elemento del amor. Retornar al no ser en el ser de Dios, y cuando el sufí y el eremita conoce ese estado, "se conoce a sí mismo, conoce a su Señor". Al Hallâj, al ser ajusticiado, dijo: "Matadme, mis amigos, / pues solo en la muerte es mi vida". Estoy bajo la palmera pétrea bajo la cual cabemos todos, creyentes y agnósticos.”

CÉSAR ANTONIO MOLINA: Una palmera en Castilla

“Al mediar la noche fue turbada la soledad silenciosa del campo y de la ermita. Sonaban palabras, risas y relinchos, con progresiva nitidez. Luego se subió a la primera meseta de la escalerilla que iba al coro alto.

Al cabo de unos instantes empujaron la puerta. Había salido la luna, y pudo ver, en silueta sobre el campo iluminado, las sombras chinescas de dos hombres y dos caballerías.

Los hombres, dos soldados cristianos que rondaban por las cercanías, entraron y se tendieron. Debían conocer bien aquel refugio, porque uno de ellos se fue sin titubear a la cueva, a la gruta del ermitaño, y el otro se acostó sobre las hojas secas.”

JOSÉ MORENO VILLA: Eximino, el presbítero

“En las esquinas silenciosas yacen los solitarios, las imágenes de las que nadie habla, ocres y dorados en movimiento contenido, plantas retorcidas, frescos transferidos a lienzos, pero la igual memoria, el aquietamiento de los planos, esa serpiente azul que se enrosca sobre una Eva lujuriosa frente a la manzana cómplice. Mártires, santos, arcángeles, aureolas, collares, peces y rabeles componen un apretado juego, infantil y sacramentado, para disfrute del ojo escrutador, en ofrenda de quien se mantiene alerta ante los temples de la Santa Cruz de Maderuelo, los talleres de orfebrería, las partidas de caza recordadas en San Baudelio de Berlanga, los frailecitos hambreados y mudos que untaron en las paredes su devoción o su pecado con disfraz.”

ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN: Crónicas del rayo y de la lluvia.


“La pequeña iglesia es blanca y fresca. Un pilar con listones abiertos en abanico como una palmera petrificada sostiene la bóveda. Indicios de pinturas al fresco, sombras de animales, rostros humanos con ojos ovalados abiertos de par en par, donde la pupila está como un pequeño círculo en el centro y me mira con una mirada bizantina.”

CEES NOOTEBOOM: El desvío a Santiago.


“Todos sabemos que el fenómeno de la emoción estética es complejo e incluye variantes infinitas. La emoción que experimentamos ante esta criatura pequeña y maravillosa es de las que caben cifrarse en la palabra encantamiento. En cuanto a intensidad, el minuto de su aparición quedará entre los más cualificados e inolvidables de nuestra experiencia artística.”

DIONISIO RIDRUEJO: Castilla la Vieja II


“Cuando traspasamos la doble puerta de curva morisca, abandonamos el desierto pedregoso, para penetrar en la fantasía de una arquitectura de ensoñación. El espejismo de este interior nos transporta a esos alojamientos místicos de los descendientes espirituales de San Antonio. Desde siempre, la singularidad de las estructuras internas de este edificio han intrigado y hasta desconcertado a los arqueólogos que han intentado explicárselo.”

JACQUES FONTAINE: El Mozárabe.

“Nada indica en la fábrica exterior, la que ofrece resistencia a la erosión de las estaciones menos piadosas, que allí se agazape tanta hermosura, aunque el doble arco de herradura tras un escalón que de puro humilde ni escalón parece ya avisa al que llega con los ojos en las manos que tendrá que leer como si hubiera aprendido el alfabeto anoche.”

ALFONSO ARMADA: España, de sol a sol.


“Comptaven les anyades coberts els solcs, a l’alba de les llavors i per calmar l’altra fam, prop de l’aiguaneix, sobre aquesta roca fa mil anys voltada de roures, alçaren l’estança que els guardà de la por. L’intim, el mistic espai on ara contemples, grávid –un doll de llum et guia- la pilastra de vuit braços com una palma viva i als murs, els seus somnis, la metafísica, la realitat màgica de l’esperit.”

JORDI CARRIÓ: Els dies que vindran.

lunes, 8 de octubre de 2012

ERMITA DE SAN MIGUEL DE GORMAZ


"Mientras el párroco va a recoger las llaves para cerrar la ermita, me quedo solo por unos instantes, suficientes para darme cuenta, como Lamartine, de que nunca encontré un lugar o un espacio como este cuya primera visión no fuese para mí un recuerdo. ¿Un recuerdo de aquí o de allá? ¡Que san Miguel nos pese bien el alma!

En las afueras, el Duero, el castillo, la propia ermita, el frío del mediodía ya vencido y, de nuevo, a caminar, "para venir a lo que no sabes / has de ir por donde no sabes". Ya llevo compañía."

CÉSAR ANTONIO MOLINA: Lo que pesa el alma






“El primer contacto con la Ermita de San Miguel se había producido varios años antes, a principio del mes de febrero de 1990, durante un viaje realizado al castillo de Gormaz junto al arqueólogo José Javier Fernández Moreno, con el que compartía entonces el trabajo en la Unidad Técnica del Servicio Territorial de Cultura de Soria, al encontrar abierta la puerta del templo situado en la ladera sur del castillo, junto al camino de acceso desde el pueblo, y entrar en él.”

JOSÉ FRANCISCO YUSTA BONILLA. Arquitecto. Director de los trabajos de restauración. (Revista AREVACON nº 29)



lunes, 1 de octubre de 2012

GORMAZ


“Casi ya desde Berlanga, como desde cualquier lugar desde el que se venga, el viajero descubre en la distancia una loma alargada, varada en medio del paisaje como un barco. Arriba, siguiendo la línea del promontorio, está lo que queda de la vieja fortaleza califal edificada por los Omeyas en la frontera del Duero. El mayor castillo de Europa. Y desde el que se domina, hacia los cuatro puntos cardinales de la tierra, abajo, la cinta del río y los campos de Gormaz y, al fondo, prácticamente media provincia de Soria. Todavía parecen sonar aquí, más que en ninguna otra parte, los ecos de una época de impronta ya imborrable para nuestra historia.”

JULIO LLAMAZARES: Cuaderno del Duero.