sábado, 28 de junio de 2008

BRUJAS III


"En ocasiones le parecía que siempre había vivido en Brujas, y en otras, que acababa de llegar el día anterior. También los lugares se movían: se abolían las distancias al igual que los días (...) Pensaba poco en los incidentes de su vida pasada, disueltos ya como si fueran sueños."



"En aquella buhardilla, el bachiller tuvo esas dudas, esas tentaciones, esos triunfos y esas derrotas, esos llantos de rabia y esas alegrías de juventud que la edad madura ignora o desprecia y de las que él mismo no conservó después sino un recuerdo manchado de olvido."

MARGUERITE YOURCENAR: "Opus Nigrum"


sábado, 21 de junio de 2008

BRUJAS II


"Del mismo modo también hay ciudades que tienen una personalidad, un espíritu autónomo, un carácter casi exteriorizado que corresponde ya a la alegría, al nuevo amor, al renunciamiento o a la viudez. Toda la población tiene un estado espiritual, y apenas se vive en ella, este estado de alma se comunica, se nos propaga en un fluido que se inocula y se difunde con la atmósfera.

Hugo había sentido al principio esta influencia vaga y lenitiva de Brujas, y por ella se había resignado a sus solos recuerdos, a la ruina de sus esperanzas, a la espera de una buena muerte... Y ahora todavía, a pesar de las angustias del momento presente, por lo menos su pena se diluía un poco a la hora del crepúsculo, sobre los largos canales de agua inquieta, y procuraba confundirse de nuevo con la imagen y semejanza de la ciudad."

GEORGES RODENBACH: "Brujas, la Muerta"



LUCIEN LÉVY-DHURMER: Portrait of Georges Rodenbach


lunes, 16 de junio de 2008

BRUJAS


"Las ciudades de agua tienen una característica única, porque en ellas nadie puede sentirse solo. Todo tiene un reflejo en los canales, cada forma tiene su sombra, las luces su contrapunto y no se sabe dónde comienza el cielo y acaba la tierra. Ahora que cuento mis recuerdos de Brujas tengo miedo de que todo, metido en literatura, parezca un engañoso sueño, como una existencia indolente y despreocupada que nunca fue la mía. Pero ése es también el milagro de la poesía, que hace desaparecer el precio de los sueños. Por eso en estos años, ya entrados, de mi existencia estoy convencido de que hay que mirar la vida con un espejo -invirtiéndola de izquierda a derecha- porque no conocemos nuestro verdadero rostro, sino sólo su reflejo."

MAURICIO WIESENTHAL: "El esnobismo de las golondrinas"



CHARLES LETROSNE: Brujas, Mayo 1891


viernes, 13 de junio de 2008

EL "BOLO DE LA PACIENCIA"


"Se trata, simplemente, de un bloque de piedra que Dios sabe cuándo fué colocado sobre un costado de la Catedral, para cerrar el paso rodado en una esquina, que desemboca en la ancha y silenciosa Plaza de Cervantes, siempre enferma de recuerdos y como aplastada entre viejos palacios y casas nobiliarias. En el "bolo de la paciencia", cobraban "paciencia" las lavanderas que subían del Carrión, con sus pesados cestos de ropa sobre las caderas. Eso es todo. Pero su importancia estriba en que nosotros mismos -cuando niños- nos encaramamos sobre él y le saltamos "a la una", centenares de veces y le hicimos pedestal de nuestra propia imagen, sintiéndonos imaginariamente monumento inmortalizado."

VALENTÍN BLEYE: "Rapsodia de la ciudad abierta"





"Hace años el autor de este libro encontró en el Rastro otro, desnudo de su sobrecubierta, entelerido y provinciano, que llevaba por título el de "Rapsodia de la Ciudad abierta", y el subtítulo de "Dietario lírico". El nombre que figuraba a la cabeza, Valentín Bleye, nada le dijo y poco le dice aún, pero sí mucho la ciudad castellana, Palencia, donde se escribieron esas páginas y donde se metieron en prensas, y mucho más le dirían y le harían sentir, cuando las leyó. No es del todo frecuente que el arroyo nos traiga, como el fondo del mar en cierto relato oriental, perlas de un extraño fulgor. Asaltados por el milagro diario, uno ha de dejarse encandilar por lo que llega a nuestra deslucida existencia con su propia luz, y lucencia viva venía en muchas de aquellas páginas publicadas en el "Diario Palentino" entre 1943 y 1950. Todo, desde el título al enunciado de los capitulillos, era una gloria. "Abierta llamó a Palencia Miguel de Unamuno", escribe Valentín Bleye en la primera línea de este verdadero "Libro de horas", tal y como lo viera el también provinciano Vicente Risco, y abierto querría uno escribir todo lo suyo, como una ciudad a la que pudiera llegarse y de la que pudiéramos irnos, o en la que nos quedáramos siempre, si fuere tal el gusto. Y eso le ocurrió al autor de este "Salón de pasos perdidos" con el dietario del palentino, en el que, entre otras cien pequeñas maravillas (a propósito de los pajareros, de las dulzainas o de los cipreses del Cementerio Viejo), halló la expresión de "fanal hialino" para una de esas mañanas en las que todo parece quieto y límpido, como la pintura de alguno de aquellos primitivos pintores flamencos que trajeron a Castilla el secreto de los crepúsculos y de las sensitivas azucenas. Encontrará aquí el lector, acaso, algo de aquel prodigio, siempre activo y fiel a su cita cotidiana. La vida, por un lado, tal como se nos fija en la memoria y, por otro, en su eterno fluir, tal y como la sentimos. Lo que tiene de fanal se le aligera con lo que tiene de transparente, y lo que se nos muere entre las manos cada día, acaba también alcanzando su propio vuelo, con la firmeza de ese rayo de sol que no sabe de fanales, ni de tipos de imprenta, para llegar hasta nosotros enteramente libre."

ANDRÉS TRAPIELLO

domingo, 8 de junio de 2008

ESSAOUIRA



"Era en Mogador la hora en que todas las voces del mar, del puerto, de las calles, de las plazas, de los baños públicos, de los lechos, de los cementerios y del viento se anudan, y cuentan historias."

ALBERTO RUY SANCHEZ: "Los jardines secretos de Mogador."




"Mientras cruzaban la ciudad cien rumores, el viento de la tarde removía la sal sedimentada durante el año sobre la muralla, levantando de la piedra largas y delgadas hojas blancas. Los niños corrían a recibirlas en el momento que las hojas de sal se desprendían del muro, y regresaban a sus casas caminando lentamente con las frágiles láminas sobre las manos. Nunca llegaban, porque el mismo viento que se las había entregado se las arrebataba, y al ponerlas a volar las convertía en un polvo tan delgado que ni siquiera era posible diferenciarlo del aire."

ALBERTO RUY SANCHEZ: "Los nombres del aire"


COLIN WATSON: Back Street, Essaouira

martes, 3 de junio de 2008

OPORTO II


OPORTO, DONDE EL RIO DE ORO VIEJO

“Las ciudades viven mientras nosotros estamos en ellas. Luego nos vamos y todas esas ciudades van muriendo lentamente. Volvemos al cabo de un tiempo a visitarlas, y lo que hayamos son ciudades distintas. Corremos por sus calles con una indescifrable angustia y sin sosiego, tratando de reconocer y rescatar parte de nuestro pasado, de aquel que fuimos y no somos. A menudo ni siquiera volvemos. El mundo está lleno de tumbas donde quedamos, lo mismo que nuestro corazón lo está de las ciudades muertas.

Piensa en el Oporto de hace veinte años. Jamás has vuelto allí y, sin embargo, en pocas ciudades ha sido uno tan dichoso. ¿Existirá aún aquel Hotel París? Era, por dentro, igual que un barco, con una de esas arquitecturas racionalistas un poco vanidosas. Pero era bonito, con sus barras cromadas y sus lámparas de opalina y sus huéspedes estables y sus viajantes de comercio que bajaban a cenar vestidos de gris, como la resignación. Y aquel nombre, ¡París! En todas partes, incluso en mi pueblo, ¡en León!, hay un hotel París, para recordarnos seguramente que uno siempre llega al lugar equivocado; y desembarca uno en París y lo hospedan en el Hotel Inglaterra; y llegamos a Londres y el hotel a donde el azar nos lleva ha de llamarse el Hotel Firenze, y así por todo el mundo.

No había nadie en Oporto, quiero decir turistas, y ese, como se sabe, es el viejo sueño de todos los turistas. Ah, nos decimos, aquellos tiempos en que no había turistas, sino viajeros.

Portugal no estaba de moda todavía, ni siquiera Lisboa. Tiene uno la sensación de haber ido conociendo el final de las cosas. O sea, además de equivocados, decadentes. Era el final del Oporto monarquista, sin imperio, sin colonias, sin comercio. Se veían muchos letreros de compañías navieras que habían desaparecido hacía veinte o treinta años. Estaban en casas de un porte señorial y encopetado, con aire, cómo no, vagamente parisino, que trataban malamente de sostenerse en pie.

Iba uno mirando los rostros de la gente por la calle y descubría en ellos como esa inconfesable angustia que nace del miedo más terrible: ¿Qué vamos a hacer? Y eso es lo que en aquel entonces hacían todos más o menos, lo de siempre, nada.

Hasta los viejos cafés tenían mucho de carrozas funerarias, con aquellos portales de maderas modernistas, llenos de lirios negros. Te hablaban en voz baja: ¿qué va a ser?, como a los moribundos, y uno agradecía la fineza, para seguir mirando aquellos libros comprados en los sótanos de la librería Luso-Francesa (como no podía ser menos), o los otros, de Pessoa, comprados de nuevo todavía, pero editados por Petrus hacía treinta años.

Y las noches junto al Duero, en las tabernas del puerto. Y aquel puente de hierro como un viejo dinosaurio sobre el río. Y aquellos fados, tan tristes, en los que también se hablaba de un tiempo pasado, y unas ciudades remotas y unos amores muertos.

¿A dónde volver, si quisiéramos volver a Oporto? ¿Dónde estará aquella ciudad? ¿Seguirá el Hotel París? Seguramente lo habrán pintado de otra manera. Los cafés serán cafeterías, las tabernas, restaurantes, los fados serán una sabia combinación de fado y rock, y habrán derribado la vieja casa donde estaba la Luso-Francesa, cerca de la estación. Pero sobre todo, ¿a dónde iremos donde no estemos muertos?

Oíd, es la canción que el Duero, un río de oro viejo, trae de España. Es dulce y es alegre, a pesar de su cansancio. Pero ¿dónde está aquel Oporto que era como un Bilbao más suave y confidente? Oíd el Duero. Sólo él es el mismo, contra lo que cierto griego creyó de todo río.”

ANDRÉS TRAPIELLO: Mar sin orilla.



FRANCISCO CASTRO: Talleres en Oporto