martes, 3 de junio de 2008

OPORTO II


OPORTO, DONDE EL RIO DE ORO VIEJO

“Las ciudades viven mientras nosotros estamos en ellas. Luego nos vamos y todas esas ciudades van muriendo lentamente. Volvemos al cabo de un tiempo a visitarlas, y lo que hayamos son ciudades distintas. Corremos por sus calles con una indescifrable angustia y sin sosiego, tratando de reconocer y rescatar parte de nuestro pasado, de aquel que fuimos y no somos. A menudo ni siquiera volvemos. El mundo está lleno de tumbas donde quedamos, lo mismo que nuestro corazón lo está de las ciudades muertas.

Piensa en el Oporto de hace veinte años. Jamás has vuelto allí y, sin embargo, en pocas ciudades ha sido uno tan dichoso. ¿Existirá aún aquel Hotel París? Era, por dentro, igual que un barco, con una de esas arquitecturas racionalistas un poco vanidosas. Pero era bonito, con sus barras cromadas y sus lámparas de opalina y sus huéspedes estables y sus viajantes de comercio que bajaban a cenar vestidos de gris, como la resignación. Y aquel nombre, ¡París! En todas partes, incluso en mi pueblo, ¡en León!, hay un hotel París, para recordarnos seguramente que uno siempre llega al lugar equivocado; y desembarca uno en París y lo hospedan en el Hotel Inglaterra; y llegamos a Londres y el hotel a donde el azar nos lleva ha de llamarse el Hotel Firenze, y así por todo el mundo.

No había nadie en Oporto, quiero decir turistas, y ese, como se sabe, es el viejo sueño de todos los turistas. Ah, nos decimos, aquellos tiempos en que no había turistas, sino viajeros.

Portugal no estaba de moda todavía, ni siquiera Lisboa. Tiene uno la sensación de haber ido conociendo el final de las cosas. O sea, además de equivocados, decadentes. Era el final del Oporto monarquista, sin imperio, sin colonias, sin comercio. Se veían muchos letreros de compañías navieras que habían desaparecido hacía veinte o treinta años. Estaban en casas de un porte señorial y encopetado, con aire, cómo no, vagamente parisino, que trataban malamente de sostenerse en pie.

Iba uno mirando los rostros de la gente por la calle y descubría en ellos como esa inconfesable angustia que nace del miedo más terrible: ¿Qué vamos a hacer? Y eso es lo que en aquel entonces hacían todos más o menos, lo de siempre, nada.

Hasta los viejos cafés tenían mucho de carrozas funerarias, con aquellos portales de maderas modernistas, llenos de lirios negros. Te hablaban en voz baja: ¿qué va a ser?, como a los moribundos, y uno agradecía la fineza, para seguir mirando aquellos libros comprados en los sótanos de la librería Luso-Francesa (como no podía ser menos), o los otros, de Pessoa, comprados de nuevo todavía, pero editados por Petrus hacía treinta años.

Y las noches junto al Duero, en las tabernas del puerto. Y aquel puente de hierro como un viejo dinosaurio sobre el río. Y aquellos fados, tan tristes, en los que también se hablaba de un tiempo pasado, y unas ciudades remotas y unos amores muertos.

¿A dónde volver, si quisiéramos volver a Oporto? ¿Dónde estará aquella ciudad? ¿Seguirá el Hotel París? Seguramente lo habrán pintado de otra manera. Los cafés serán cafeterías, las tabernas, restaurantes, los fados serán una sabia combinación de fado y rock, y habrán derribado la vieja casa donde estaba la Luso-Francesa, cerca de la estación. Pero sobre todo, ¿a dónde iremos donde no estemos muertos?

Oíd, es la canción que el Duero, un río de oro viejo, trae de España. Es dulce y es alegre, a pesar de su cansancio. Pero ¿dónde está aquel Oporto que era como un Bilbao más suave y confidente? Oíd el Duero. Sólo él es el mismo, contra lo que cierto griego creyó de todo río.”

ANDRÉS TRAPIELLO: Mar sin orilla.



FRANCISCO CASTRO: Talleres en Oporto

9 comentarios:

Cristian M. Piazza dijo...

Hola Rubén,

Impresionante el mural que agazapado y sutil marca el ritmo de la composición.

Raquel dijo...

Precioso texto e imagen

leo dijo...

Hace veinte años que estuve en Oporto y no me gustó nada. era muy joven, sí, y fue un viaje desafortunado. Ahora leo el texto que has colgado y me gustaría pensar que, si volviera, la ciudad sería diferente. Pero a mejor.
Un beso.

Anónimo dijo...

El Fado y su título van muy bien con el texto. El año pasado oí algo de T Salgueiro y me agradó mucho pero luego me olvidé. La foto, suntuosa; miramos a la gente que mira, eso me gusta. Viajeros y no turistas, hoy eso es imposible. Yo no conozco Oporto, a ver si este verano, con otros turista, me aproximo.
(disculpas por equivocarme al poner el otro día el nombre, vaya manera de llenarlo todo de letras)

Saludos

Martine dijo...

Es muy curioso pero hay lugares donde no quiero volver, no porque no me gusten, sino por conservar intacto su recuerdo en mi memoria, y seguramente son los lugares donde mejor he estado y los que más he querido...
Precioso todo el conjunto de la Entrada, las palabras, la música y este hermoso cuadro...

Gracias Rubén por todo ello, y por recordarme Oporto.

Un beso.

Ginebra dijo...

Es Oporto, sí.

rubén dijo...

Mañana me voy de viaje, pero dejo hechos los deberes. Si funciona el nuevo programador de blogger, habrá entrada el sábado por la noche, y otra el jueves. Gracias por la visita.

Besos

momo dijo...

“Las ciudades viven mientras nosotros estamos en ellas.
Y nosotros también.Te vas? UN ABRAZO

Annette dijo...

Impresionante la foto y, como ya apunta Cristian, la composición. El texto, precioso,cuanta razón tiene. Leyendo el primer párrafo me he visto a mí misma y mi relación con Barcelona, cada vez que voy algo nuevo llega y algo del pasado se queda. un saludo