“El viajero ha entrado ya en el valle de Valdediós, uno de esos típicos valles asturianos, recogido entre bosques de castaños y robles, que cubren las colinas circundantes. Sus pastos, siempre de un verde esmeralda, sus extensas pomaradas, sus alegres caseríos, justificarían por sí mismos la visita al valle, pero Valdediós encierra además una joya del Arte Asturiano: la iglesia de San Salvador, llamada familiarmente «El Conventín», por sus pequeñas proporciones, si se la compara con el monasterio cisterciense de Santa María, que se levanta próximo a ella.”
DOLORES MEDIO: Asturias.
“En el conjunto de Valdediós, la pieza importante no es el monasterio anfibio, sino la iglesia prerrománica que llaman el «Conventín». Se encuentra en un prado adyacente al monasterio mayor. Cuando los monjes cistercienses empezaron a luchar contra las crecidas del río Valdediós sin saber cuál iba a ser su largo fracaso, el Conventín ya estaba allí. Fue consagrado hacia el año 890. Su apariencia exterior es humilde, pero se detecta una intención de lujo en el detalle de sus ventanas, adornadas con diminutas y elegantes columnas. Todas sus proporciones son a escala de la estatura de los hombres del año 1000, cuando un hombre de armas bien desarrollado rondaba un metro sesenta. El exterior del Conventín hace pensar en esas miniaturas que representan, ya sea el arca de Noé, ya sea el arca de la Alianza. A ambos lados de la entrada, bajo el porche, entre dos columnas de pórfido recuperadas de alguna quinta romana, hay un refugio de peregrinos ni más grande ni más incómodo que un lugar donde podrían descansar los perros. El interior de la iglesia es equilibrado, digno, preciso. Podría haber sido labrado en marfil, o excavado en un solo bloque de piedra. El efectismo de la distribución es sutil. La impresión de lujo se acentúa, pero el sentido religioso se conserva. En un altillo está la tribuna real para un monarca liliputiense. En otro altillo inaccesible, sobre el ábside, está la cámara secreta, cuyo significado se desconoce y quizá respondiera a una función simbólica. Hay algo en el interior del Conventín que trasmite la idea de un refinamiento cortesano en una escala reducida, como en el ámbito de un pequeño teatro. De aquellos arcos colgaron tapices sujetos con barras de bronce dorado. Todos los muros estuvieron cubiertos con pinturas de colores vivos de las que sólo han quedado algunas sombras. En una fotografía de 1930, el Conventín aparece invadido por las zarzas. Ahora se lo ve limpio y desnudo. Sin pinturas ni tapices, su prestigio está en su esqueleto.”
MANUEL DE LOPE: Iberia. La puerta iluminada.