“Mi iniciación en los secretos de la picaresca segoviana la conseguí gracias a los buenos oficios de un mozalbete que encontré un día en la plaza del Azoguejo. Se llamaba Tomás y tenía unos veinte años. Era alto, huesudo, flaco y chato, y llevaba una venda en un ojo. Su ropa estaba rota; pero para compensar su apariencia desaliñada llevaba una hermosa gorra de chófer, inclinada alegremente a un lado de la cabeza. Tomás era un pozo de ciencia; no había nadie en Segovia que no conociera. Juntos anduvimos arriba y abajo por toda la ciudad, visitando iglesias, plazas, patios y callejuelas.”
WALTER STARKIE: Aventuras de un irlandés en España.